En la casa de mis abuelos maternos, ha sido una casa muy antigua, con un terreno muy grande a sus alrededores donde mi abuelo planta su maiz, árboles de chabacano, manzana, pera y durazno, además de criar a muchas gallinas. En ese enorme terreno, donde la familia a veces se reúne para hacer fogatas, una carne asada, para jugar o tan sólo para ver el paisaje, en el terreno que está yendo a los duraznos, hay un tesoro enterrado. Durante mucho tiempo mi abuela, la cual no es tan vieja, juró haber visto unas almas pasearse por ahí, como si cuidaran el tesoro o tal vez para indicarnos el lugar preciso de tan valioso objeto.Otra garantía de que el tesoro está ahí es que, en muchos terrenos ya se han encontrado cofres con montones de monedas de oro desde la época de la revolución, pero el problema aquí es que las personas (sobre todo las más avanzadas de edad) son las que se dedican a buscar su preciado tesoro por mano propia pero al momento de encontrarlo, la emosión es demasiada que terminan muriendo de un ataque al corazón, de modo que en vez de beneficiarse, terminan perdiendo lo más valioso en ellos; su propia vida.
Todos en la familia sabemos que ahí hay un tesoro, uno muy valioso que hasta está velado por espíritus del más allá, todos sabemos lo que hay en ese rumbo a los árboles de durazno, sí, todos en la familia sabemos, mas nunca nos damos a la tarea de buscarlo porque sabemos que en el afanado día que eso suceda, todos nos vamos a morir, y si no, estaremos muy graves en el hospital.
Mis abuelos no son ricos, ellos ya están jubilados y su terreno es un rancho que a veces le va bien, otras veces no tanto, su ropero es tan viejo como ellos dos, los sillones siguen siendo los mismos desde que tengo memoria, los cuartos donde nos quedamos no tienen azulejo, sólo el baño y la cocina, si ellos tuvieran dinero, les serviría para arreglar todo esto, sin embargo, todos en la familia sabemos que hay tesoros que es mejor nunca buscar.
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